El don de la palabra
es lo que a mí me hace falta,
para poder expresar en vivo y
en directo
todos los sentimientos que
llevo dentro.
El redactarlos y escribirlos
me cuesta bastante menos,
será que me traicionan los nervios
por el miedo escénico al
directo.
Subirme al tablao o a un
pulpito
delante de tanto público,
es algo que me da verdadero pánico
me dan sudores y escalofríos.
Cuando veo a los grandes
oradores
con ese don de recitadores,
me entra una envidia sana
de subirme a recitar me
entran ganas.
Pero una cosa es predicar
y otra dar trigo,
porque en un desierto
predicar
es sermón perdío.
El don de la palabra
toda mi vida tiene esta carencia,
desde mi infancia y
adolescencia
hasta mi juventud y ahora que
paso de los sesenta.
Estas son mis vivencias
sobre la muerte, como dice
Antonio Gala,
me gustaría ser recordado
como alguien que murió vivo.
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