Recuerdo desde muy pequeño
ver en las calles de mi
pueblo,
por las noches las vecinas
sentarse en los poyos y
sillas de enea ,
a las puertas de las casas
intentando buscar al fresco
que durante todo el día se
les negaba.
Los niños tumbados boca
arriba
acostados encima de una manta
tirana,
nos hacían contar las
estrellas
para que las dejásemos hablar
a ellas
de sus chismes y miserias.
Los rigores de aquellos
veranos
los calores de los meses de
julio y agosto,
a las personas las pone muy
nerviosas
obligándolas al caer la tarde
a salir de casa
para echar unas buenas parrafadas
con críticas a todo el que
pasa.
Al llegar la noche, después
de cenar, en la penumbra
van sacando las sillitas a la
puerta de la casa,
hasta que el relente de la
noche las refresca y adormezca
obligándolas a marcharse a
dormir a la cama
puesto que estaban dando
alguna que otra cabezada.
Se establece una tertulia
femenina
que para sí la hubiesen
querido las mismísimas Meninas,
con mucha verborrea y alegre cháchara
que las anima mientras ven el
brillo de las estrellas
algunas noches se acuestan tarde,
casi al llegar el alba.
Aquellas tiernas y sencillas
abuelitas
sentadas en sus sillitas de
enea
charlando sin parar con sus
vecinas,
todas las noches del verano,
día tras día
en las puertas de sus casas.
Por las paredes los
santarostros
correteaban a pillar a los
insectos,
las ranas croaban a lo lejos
escuchábamos el crí crí de
los grillos,
poquito a poco, muy despacito
terminábamos por quedarnos
dormidos.
Que recuerdos de la infancia
tan bellos
unas veces dormidos y otras
despiertos,
los traguitos del agua del
botijo
el sabor de aquellos ricos
gazpachos
con el agua fresquita del
pozo.
Aquellos veranos en el pueblo
pasados en casas de los
abuelos
que cantidad de bellos
recuerdos
que ya me quedan tan lejos
¡cuánto los echo de menos!.
( Adrián Sánchez Blázquez )
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