IX
En un lunes lluvioso de éste
mes de mayo a las once menos cuarto, cojo papel, bolígrafo y mi cuaderno de
campo y salgo a dar un largo paso para despejar mi cabeza, no será por los
excesos de estos días de fiesta, el motivo es encontrar material para escribir
algo en prosa o delicados versos.
Sentado en el parque, en un
banco, escucho la algarabía de un montón de críos que salen corriendo y jugando
de un colegio a disfrutar del recreo, al contemplar este bello espectáculo,
hurgo en mis pensamientos y acuden tiernos recuerdos de mi niñez en el pueblo.
Por las mañanas muy temprano,
haciendo fila en la puerta del colegio, cantábamos el Cara al Sol, muy
hermanados con voz en alto hasta quedar apenas sin resuello, con el deber
cumplido y los profesores muy contentos entrabamos todos para dentro.
Mañanas de leche en polvo,
tardes de porción de queso, repartidos gratuitamente en el colegio, como un complemento
alimenticio, eran años de escasos recursos y en muchas casas las familias
carecían de los más imprescindibles alimentos y que eran tan necesarios.
A las once hora del recreo, a
divertirnos con muchos juegos, todos y cada uno de ellos con la imaginación inventados,
los malos hacían de indios y los buenos de vaqueros, a burro, a andola, a ver
si me pillas y a las canicas y chapas, toda una verdadera gozada.
Después lección de geografía
e historia, religión y matemáticas, lengua española y si no lo sabías alguna
que otra torta , a la una nos íbamos a comer a casa y como éramos de familia
numerosa a esperar a ver lo que
ese día de menú nos tocaba.
En ocasiones la comida estaba
acompañada de gaseosa, que se sacaba de un pozo al comprarla en el comercio y
que estaba muy fresquita, para hacer la digestión de mejor gana, un vaso tocábamos
por cabeza y que a mí me sabía a gloria bendita.
A las tres de la tarde
nuevamente a la escuela, entrabamos en fila india, lección de cálculo mental de
pié al lado de las ventanas y dictado corriente para todos, reglas de urbanidad
y si algo no sabíamos, algún que otro sopapo.
A las cinco salíamos pitando
y dando brincos para casa hasta el día siguiente, nos daban la merienda, bocata
de chorizo ó chocolate Hueso o de la Campana del Gorriaga y otras veces era de
porciones del Caserío o de la tan socorrida mortadela.
Y a salir a correr jugando
con todos los amigos que me estaban esperando, hasta que se encendían las luces
del pueblo que era la hora de regresar a casa corriendo y llegar a la hora
fijada si no queríamos que nos castigasen por ello.
Jugábamos a pídola, al
escondite, a la bilandra, a brujina al pate, a la peonza, a médicos y
enfermeras y a todo tipo de aventuras que leíamos en los tebeos y cuentos, ¡
qué hermosos recuerdos ¡ ¡cuánto me acuerdo de ellos! ¡ cómo los echo de menos ¡.
Qué bellos recuerdos
acuden a mi cabeza,
ahora que soy un poco mayor y viejo
siento añoranza de todos ellos.
De que la vida es breve
no hace falta que nadie me lo recuerde,
solo pararme a pensar un momento
los años que han pasado de todo esto.
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