XIX
Esta mañana
a las once más o menos cogí mis bastones de paseo, los por mí llamados
voladores, con las pilas cargadas de energías matinales salí con bastantes
prisas al campo, en el me presenté de un plumazo.
Me acerco a
la urbanización El Junquillo último reducto del chabolismo cacereño, donde han
edificado ingente cantidad de pisos, viviendas a bajo precio para familias con
pocos recursos económicos.
Su dehesa es
un natural paraíso que está a media hora escasa de mi domicilio, es un paraje
inolvidable, una joya natural única, exclusiva, que forma parte del florilegio
de los lugares más bellos de ésta tierra.
Disfruto de
este regalo en exclusiva, es una bendición para el caminante viajero, paladeo
este privilegio al contemplar de una docena de buitres el vuelo, sintiendo la
pureza del aire y sin que nadie enturbie la delicada intensidad de cada
sensación.
La flor de
la jara blanquea discretamente en esta llanura y la visión del conjunto es
amenizada por el croar de las ranas que pueblan todas sus charcas repletas de
agua.
La mañana muy
nublada pero de temperatura elevada que me hace quemar parte de mis grasas,
sudando por torso, frente y espalda, no corre ni pizca de marea por donde mis
pies ligeramente campean.
El campo
está en su pleno esplendor, las abejas liban el néctar de flor en flor, unos
rápidos vencejos a toda marcha vuelan pillando insectos y alguna que otra
golondrina que a los nidos llevan alimentos para sus crías.
Escucho y
veo a un pequeño ruiseñor con su alegre canto enamorar a su amor, me paro un
rato para observar la diversidad de aves y pájaros, alondras, cotovias y jilgueros, urracas, verderones y mirlos,
aguilillas y hasta rabilargos.
La pradera
cuajada de flores, amalgama de colores, la espesura del follaje y el verdor de
este paisaje para plasmarlo con sus pinceles en un bonito cuadro los pintores.
En la
hermosura de la dehesa de ésta campiña cacereña pastorean manadas de vacas, de
cerdos hermosas piaras y hasta ovejas y cabras acuden a beber a sus charcas
repletas de agua.
Y es que
esta lluviosa primavera de agua anegó la tierra entera y hasta las ranas se
salen de las charcas cansadas de tanta agua, lirios, rosas y azucenas y otras
variedades de flores llenan de colorido la campiña extremeña.
A lo lejos
escucho el canto del cuco y el arrullo de las palomas que tienen sus nidos en
las encinas, veo el vuelo de un abejaruco que lleva un insecto en el pico.
Caminando por
una asfaltada senda que la urbanización rodea, en el medio de la dehesa, allí
la percepción del paraíso es tan intensa que intentar describirlo sería una
desfachatez.
Muy cerquita
de la carretera nacional que lleva hasta Malpartida y viendo como los vehículos
a motor a toda velocidad, que más que correr parecen que vuelan como huyendo de
tanta belleza, yo todo lo contrario aminoro la marcha y disfruto de la majestuosidad
de tanta naturaleza.
Solo por un
momento parece detenerse el tiempo, contemplando tanta belleza paseando por
esta salvaje naturaleza, este instante me parece haberlo ya vivido o quizás
solo sea un sueño.
Al despertar
sigo mi recorrido y me encuentro hablando conmigo mismo, esto ha sido como un
experimento nuevo y debo ser el primero en saberlo, los buenos días de un señor
que me encuentro me hacen comprender que estoy despierto.
Disfrutando
en soledad del verdor de la dehesa con toda su intensidad, como queriéndose parar
el tiempo para prolongar el disfrute de toda la belleza del momento, sus
maravillosas vistas quedan impregnadas en mi retina.
Contemplando
tanta belleza no dejan de fluir en mi cabeza cantidad ingente de pensamientos e
ideas, para nada más llegar a casa coger papel, tintero y pluma y escribirlas
de mi puño y letra en forma de prosa o poesía.
El placer de
contemplar el campo en su estado natural, como si fuese la primera vez que de
la flora y fauna extremeña me enamoré y sigo dando gracias a la vida por
dejarme disfrutar de esta hermosura cada día.