Día de fin de año, Nochevieja
después de una opípara cena y
buen rioja,
despierto a la cruda realidad
de madrugada
con un terrible dolor de
cabeza y resaca.
Recuerdo las doce campanadas
y aquella linda presentadora,
un poquito loca y ligera de
ropa
por su galán muy bien
acompañada.
Tomo las doce uvas
regadas con abundante cava,
contagiado y repleto de
euforia
saltando y dando brincos en
la plaza.
Invadido por una alegría
extraña
en la Puerta del Sol, esa
plaza madrileña,
siempre bullanguera y
emblemática
hasta diluirse en el aire el
sonido de la última campanada.
La llegada de un año nuevo
lleno de silencio, aquí en el
barrio donde vivo,
pero cargado de nuevas
esperanzas
con un terrible dolor de
cabeza y resaca.
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