martes, 17 de mayo de 2016

XIX


XIX



Esta mañana a las once más o menos cogí mis bastones de paseo, los por mí llamados voladores, con las pilas cargadas de energías matinales salí con bastantes prisas al campo, en el me presenté de un plumazo.

Me acerco a la urbanización El Junquillo último reducto del chabolismo cacereño, donde han edificado ingente cantidad de pisos, viviendas a bajo precio para familias con pocos recursos económicos.

Su dehesa es un natural paraíso que está a media hora escasa de mi domicilio, es un paraje inolvidable, una joya natural única, exclusiva, que forma parte del florilegio de los lugares más bellos de ésta tierra.

Disfruto de este regalo en exclusiva, es una bendición para el caminante viajero, paladeo este privilegio al contemplar de una docena de buitres el vuelo, sintiendo la pureza del aire y sin que nadie enturbie la delicada intensidad de cada sensación.

La flor de la jara blanquea discretamente en esta llanura y la visión del conjunto es amenizada por el croar de las ranas que pueblan todas sus charcas repletas de agua.

La mañana muy nublada pero de temperatura elevada que me hace quemar parte de mis grasas, sudando por torso, frente y espalda, no corre ni pizca de marea por donde mis pies ligeramente campean.

El campo está en su pleno esplendor, las abejas liban el néctar de flor en flor, unos rápidos vencejos a toda marcha vuelan pillando insectos y alguna que otra golondrina que a los nidos llevan alimentos para sus crías.







Escucho y veo a un pequeño ruiseñor con su alegre canto enamorar a su amor, me paro un rato para observar la diversidad de aves y pájaros, alondras, cotovias  y jilgueros, urracas, verderones y mirlos, aguilillas y hasta rabilargos.

La pradera cuajada de flores, amalgama de colores, la espesura del follaje y el verdor de este paisaje para plasmarlo con sus pinceles en un bonito cuadro los pintores.

En la hermosura de la dehesa de ésta campiña cacereña pastorean manadas de vacas, de cerdos hermosas piaras y hasta ovejas y cabras acuden a beber a sus charcas repletas de agua.

Y es que esta lluviosa primavera de agua anegó la tierra entera y hasta las ranas se salen de las charcas cansadas de tanta agua, lirios, rosas y azucenas y otras variedades de flores llenan de colorido la campiña extremeña.

A lo lejos escucho el canto del cuco y el arrullo de las palomas que tienen sus nidos en las encinas, veo el vuelo de un abejaruco que lleva un insecto en el pico.

Caminando por una asfaltada senda que la urbanización rodea, en el medio de la dehesa, allí la percepción del paraíso es tan intensa que intentar describirlo sería una desfachatez.

Muy cerquita de la carretera nacional que lleva hasta Malpartida y viendo como los vehículos a motor a toda velocidad, que más que correr parecen que vuelan como huyendo de tanta belleza, yo todo lo contrario aminoro la marcha y disfruto de la majestuosidad de tanta naturaleza.

Solo por un momento parece detenerse el tiempo, contemplando tanta belleza paseando por esta salvaje naturaleza, este instante me parece haberlo ya vivido o quizás solo sea un sueño.

Al despertar sigo mi recorrido y me encuentro hablando conmigo mismo, esto ha sido como un experimento nuevo y debo ser el primero en saberlo, los buenos días de un señor que me encuentro me hacen comprender que estoy despierto.

Disfrutando en soledad del verdor de la dehesa con toda su intensidad, como queriéndose parar el tiempo para prolongar el disfrute de toda la belleza del momento, sus maravillosas vistas quedan impregnadas en mi retina.

Contemplando tanta belleza no dejan de fluir en mi cabeza cantidad ingente de pensamientos e ideas, para nada más llegar a casa coger papel, tintero y pluma y escribirlas de mi puño y letra en forma de prosa o poesía.

El placer de contemplar el campo en su estado natural, como si fuese la primera vez que de la flora y fauna extremeña me enamoré y sigo dando gracias a la vida por dejarme disfrutar de esta hermosura cada día.

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