El astrólogo fingido
Ahora
que acabo de leer el libro El manuscrito de Calderón, del escritor, gran
docente e investigador José Calvo Poyato me imagino como sería la supervivencia
en aquellos tiempos de capa y espada y alguna que otra puñalada trapera por la
espalda.
Eran
tiempos en que había fallecido el rey Felipe IV y los corrales de teatro estaban
cerrados en señal de luto por la muerte del soberano; y es que una parte
importante de la iglesia abogaba por el cierre de los corrales de comedia pues
allí las actrices exhiben sin recato y con mucha indecencia las piernas y el
canalillo provocando lascivas miradas.
Un soberano
el rey Felipe IV el putero mayor del reino, que llegó a tener cuarenta y seis
hijos pero solo dejó uno de heredero; Carlos II el enfermizo, como si hubiese
sido un castigo divino, para un monarca culto e inteligente, amigo de Velázquez
y gran mecenas del arte.
En Madrid
por la calle Toledo se encuentran mesones, figones y otros tugurios, llenos de
jugadores de ventaja y capaores, de tahúres
y comediantes; eran tiempos de cuaresma pero poco importaba a la gente de baja
calaña, en que se cantaba y bailaba y con las putas se fornicaba.
Era
costumbre de ciertos poetas juntarse por las noches con gentes de la farándula
que en ciertos lugares de perdición que por la parte alta de la ciudadela se
amontonaban.
La noche
sin remedio avanza, eran los últimos actos de una jornada que concluía como
tantas otras, con más pena que gloria; los campanarios de las parroquias,
conventos y ermitas hacía rato que habían dado el último toque a la oración por
las animas benditas.
En un
rincón llamado el roncón de los hambrientos era un lugar reservado para potas,
escritores que allí se daban cita todas las noches para hablar de sus cuitas y
quejarse de las injusticias y del poco aprecio que los mecenas hacían de sus
trabajos y que los impresores y mercaderes de libros les sangraban como
sanguijuelas de barbero.
Tiempos
de escritores de comedias, de Calderón de la Barca y Lope de Vega, en que
nuestra España se veía amenazada por entrar en guerra con las tropas francesas.
En locales
de mala fama para encandilar a la clientela putas muy ligeras de ropa bailaban
una zarabanda achaconada, la parroquia a beber y jugar después a bajarse la
bragueta y a mirar o fornicar como Dios manda.
Una
vida en aquellos tiempos valía menos que un pimiento, eran tantas las penurias
que no había pan para alimentar tantas bocas hambrientas, pero la gente vivía
alegre y contenta viviendo el presente sin pensar en el mañana, hacían mucha
vida en las tabernas como si todos los días fuesen una fiesta.
De vez
en cuando se calentaban las cosas se oía la voz de la mesonera que invitaba la
casa con dos jarrillas de arganda.
El astrólogo fingido es el
título de El manuscrito de Calderón que recrea el ambiente del Madrid de la
minoría de edad de Carlos II y donde el ambiente en torno al teatro se atiene a
los parámetros de la época.
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