Matar
las tardes
con tijeras o puñales,
esas en las que apenas sabes
que poema voy a contarles.
Escuchando canciones de Sabina
ese que no se si recita o canta,
tan insolentes poemas
que me provocan risas y lagrimas.
Matar
las tardes
inventando letras de canciones,
con sus ritmos y sus sones
dedicados a los que bien le conocen.
Con su voz aguardientera
entonando descarnadas letras,
recién sacadas de la chistera
acompañado de porros y anfetas.
Dedicadas a putas y porretas
que fornican y esnifan por las esquinas,
en pleno centro de la Villa
en la calle del Sol o en la Gran Vía.
Denunciando al clero y la iglesia
en esas canciones canallas,
reales como la vida misma
que le salen de su agnóstica alma.
En sus giras por el mundo
a veces quedó medio moribundo,
supo rematar la faena como los buenos
toreros
en el escenario, en el medio del ruedo.
Pero por encima de todo
un señor y caballero,
un artista de los punteros
ante el que yo me quito el sombrero.
Aun tenemos Sabina para rato
mal que les pese algún ingrato,
y como una característica más de su vida
genio y figura hasta la sepultura.
Matar
las tardes
en las estaciones de trenes,
con la maleta a cuestas
llena de recuerdos y nostalgias.
Matar
las tardes
esperando en cada instante
la llegada del tren ultimo
que me lleve a un destino incierto.
Adrián
Sánchez Blázquez
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