Son las cinco de la tarde
es una hora tan taurina en
que apenas duerme nadie
aunque hace un sol que te
achicharra
con treinta grados a la
sombra
no es día para echarse siesta.
Ya llegan a la plaza en sus
furgonetas
los toreros y sus cuadrillas,
las mulas suenan con sus
campanillas
monosabios, en sus caballos
los alguacilillos
comienzan a pedir la plaza,
dando el paseíllo.
Los toreros, completan toda
la terna
lucen sus capotes sobre la
arena
las guapas manolas desde la
barrera
luciendo mantones de manila y
peinetas.
va a dar comienzo esta brava
fiesta.
Ya suenan los clarines,
comienza el festejo
el miedo va por los adentros,
la lucha entre el morlaco y
el maestro
pases por arriba, pases por
abajo
bellos y sabios capotazos.
De los picadores certeros
puyazos,
pares de banderillas
encienden más a éste toro bravo
embistiendo con nobleza y
bravura
cantidad y variados muletazos.
Y para rematar la faena
en el morrillo, en lo más
alto
esa espada certera le
atraviesa de un solo tajo
y en los ruedos queda tendido
el morlaco.
El público con muchos
pañuelos blancos en alto
desde el tendido piden las
dos orejas y el rabo
el maestro dando la vuelta al
ruedo
agradece con reverencia estos
largos aplausos.
Salida por la puerta grande
a hombros hasta la calle
de esta monumental plaza de
los Mártires de Cáceres
ha sido una corrida de toros
enorme
de las que nunca olvidarse.
A esta corrida de toros
a ésta faena tan grande
estos versos quiero dedicarle
ahora que son las ocho de la
tarde
como un cálido tributo y
homenaje.
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